Cómo hacer un arco de personaje exquisito. Reseña
Crear personajes complejos que acierten en nuestra diana mental es una de las reglas de la buena literatura. Para conseguirlo hay que saber cómo hacer un arco de personaje exquisito. Una máxima que Sara Mesa aplica en cada una de sus obras.
Cómo desdoblar la complejidad de los personajes
Un amor (Anagrama), de Sara Mesa es una novela compleja, como todo lo que está tan trabajado que parece el colmo de la sencillez y la limpieza. La prosa de Mesa es así. Certera, sencilla, exacta. No hay nada más que aquello imprescindible para contarnos la historia de Nat. Una de sus historias, aquella que podemos observar desde esa tercera persona tan lejana y cercana al mismo tiempo.
La tercera persona omnipotente
Impresiona mucho el uso de esa tercera persona apta para dejar que el personaje tenga intimidad y, a la vez, el lector pueda dar rienda suelta a su alma de voyeur. No por lo que te cuenta, sino porque te sientes así en determinados momentos.
Y es que esta elección no es nada casual en Un amor. La tercera persona hace el ambiente menos sofocante y al mismo tiempo nos permite entrar en otras cabezas, o al menos, observarlas.
El arco de los personajes está tan bien definido que palpamos en ellos todas esas taras, esas dobleces y las sentimos en nuestra piel con precisión.
Y eso sucede porque sabe cómo hacer un arco de personaje eligiendo esas partes que más significado concentran. De todo lo que puede mostrar de un personaje, se queda con esos hechos que están más conectados con el imaginario colectivo. Esos le sirve para que el lector pueda vivir esta novela hasta tocarla, con tan poco.
Con esta técnica, descuartiza, por ejemplo, esa capacidad que tienen determinadas personas de hacer culpable al otro. Una virtud sibilina que se describe perfectamente en la relación de la protagonista con su casero, que también utiliza para plasmar la impotencia que nos asola cuando nos damos cuenta (a veces ni siquiera lo vemos) que no somos capaces de enfrentarnos a determinado tipo de personas, aún teniendo las herramientas para hacerlo.
Ojalá encontrase la fuerza necesaria para echar de allí a ese hombre en ese mismo instante. No la tiene. Espera que se vaya, mansamente.
Nat está fuera de sí, pero es incapaz de mostrar su enfado. Quiere ser contundente, pero solo suena dudosa y asustada.
Nat le paga y él se marcha dando un portazo. Entonces, sí llora, llena de rabia por no entender qué es lo que la aterra de ese hombre. Un hombre maleducado y mezquino, sin verdadero poder sobre ella. ¿No es claramente inferior? Inculto, sucio y pobre, ¿qué daño puede hacerle? ¿Por qué le afecta tanto?
Y lo verdaderamente asombroso es que, con esta tercera persona, consiga arrastrarte con ellos a sus vidas y sentir lo que sienten, pero yendo mas allá. El lector descubre antes lo que siente él que los sentimientos de esos personajes tan extraños y cercanos. Tan vivos y enormes que lo ocupan todo y son capaces de hacértelo sentir todo.
Y el más difícil todavía de esa tercera persona es ser capaz de comprender mientras lees que siempre hay un un vacío, un hueco, que te impide componer el puzle de la mente de nadie. La vida tal cual. Si no sabemos qué nos pasa a nosotros, la mayor parte del tiempo, cómo vamos a saber lo que les ocurre a otros.
Cómo hacer un arco de personaje contundente
Y sobre esta introspección en el ser humano también va esta novela. De ahí que podamos aprender a cómo hacer un arco de personaje al milímetro. Disecciona al personaje central, enseñando sus miedos, sus prejuicios, mientras nos muestra su valentía al asumir las propias pasiones. Explica las contradicciones sin justificarlas solo las muestra, para que las vea el lector.
Nat duerme intermitentemente, solo unos minutos por pura extenuación, para despertar enseguida palpitante y comprobar con angustia que no se están tocando, que cada uno está en un lado del colchón, sin rozarse siquiera.
En este libro hay muchos momentos joya en los que nos descubrimos. Cuando nos cuenta algo que está en nosotros, pero que nadie, ni nosotros mismos, nos hemos contado nunca. Esos momentos preciosos que atesoramos de vez en cuando en los bueno libros. En Un amor son tan frecuentes que el lector va saltando de un momento mágico a otro.
Selección de palabras impecable
Y todo esto se puede hacer por la inmensa elección de palabras que hace la autora. Sabe cómo crear ese ambiente asfixiante del que la protagonista no puede —o no sabe, o no quiere— escapar. Inmersa en un mundo que no quiere entender.
El malestar de la felicidad es una idea que le ronda ahora con insistencia: un tipo de felicidad que contiene en sí misma la semilla de su propia destrucción.
Por otro lado, otro prodigio de Un amor es que se verbalizan las dobles interpretaciones respecto a los gestos, las situaciones o las palabras de los otros. Cómo nuestra subjetividad y/o mala conciencia pone de manifiesto lo desintonizados que podemos llegar a estar con los demás. Esa extraña capacidad para darle mil interpretaciones diferentes a una misma situación que nos aleja de las intenciones reales del otro.
La susceptibilidad de ella, la que la lleva a entender todo desde el ángulo erróneo.
Ahora se ve obligada a dilucidar si la aparición de cada palabra inesperada o ambigua se debe a un error debido al desconocimiento del lenguaje o si es un efecto buscado tras una intensa meditación. No hay modo de saberlo.
El amor y sus invenciones
Desenmascara las ideas preconcebidas respecto al amor, desbanca los clichés y nos enfrenta con esa necesidad de sentirnos únicos, aunque sepamos que para nosotros el otro no lo es. Pone el egoísmo del amor al descubierto, sin paños calientes.
—Podrías ser otra y yo también podría ser otro. Siempre es así.
—¿Acaso te habías fijado tú en mí?—pregunta finalmente—. ¿No es lo mismo?
Nat se da la vuelta hacia la pared para disimular las lágrimas.
Lo exquisito es como ahonda en las personas, en su individualidad, despojando al amor de su versión romántica. Así es capaz de presentar a los personajes descarnados con una sinceridad arrolladora.
La premisa es la verdad a secas, la suya. No la de todos, sino la de sus personajes que al mostrarlos con esa crudeza hace que sean irresistibles y, al mismo tiempo, sitúa al lector en una posición alejada de su zona de confort. Así, consigue que sea sincero consigo mismo.
Metaliteratura
Sara Mesa lo aprovecha todo en Un amor, nada sobra. Por ejemplo, utiliza la profesión de la protagonista (traductora) para jugar con las palabras, sus dobles sentidos, y darnos unas cuantas lecciones de metaliteratura, mientras nos cuenta nuestra la dificultad para gestionarnos o capitanear nuestra propia vida.
La bestia. Es una palabra que Nat se ha encontrado mucho últimamente al traducir.
Ella misma comprende que se está dejando contaminar por el significado de glaucoma. Casualmente la palabra glauco había aparecido en el libro que intenta traducir (…)
(…) Nat pensó en una afección de los ojos, pero luego comprendió que una mirada glauca es, simplemente, una mirada vacía, inexpresiva, el tipo de mirada en la que la pupila permanece muerta, (…)
(…) ¿Cuál es entonces el sentido correcto? ¿Verde claro, verdeazulado, enfermizo, difuso, errante? En función de lo que escoja deberá orientar el resto del párrafo.
La traducción, la profesión de la protagonista, como metáfora de la propia vida, de la de todos. La importancia de la selección, de la elección, de las palabras que lo cambian todo.
Esta novela es poderosa, valiente y explicita. Alejada de lo políticamente correcto, muestra un arrojo que deja sin respiración al lector. Asiste atónito, incomodo y despierto a este festín de realidad sin piedad ni adornos de ningún tipo. Imperdible.
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