Cómo protestar a través de una novela: trucos imprescindibles
La novela protesta conjuga el entretenimiento y la denuncia de una situación injusta, o directamente terrorífica. La clave está en pensar qué peso tiene cada uno de los objetivos que llevan a escribirla. El primero debe ser el de entretener y eso nunca es sencillo en este tipo de novela.
Cómo protestar a través de una novela
La novela social nace con la intención de poner ante los ojos de los lectores situaciones injustas para que se conciencien o, simplemente, para que estén informados de que aquello sucedió (o sucede); que lo registren en su memoria y lo interioricen en su pensamiento crítico. También lleva consigo la ambición de favorecer algún tipo de cambio en la sociedad, al menos ayudar.
Novela o ensayo
La novela protesta en sí acarrea algunos peligros que se deben acometer con cuidado. El primero de todos es que nace con dos objetivos: entretener e informar. Es necesario tener muy claras las herramientas de las que se dispone para que ninguno de ellos solape al otro.
Si se pierde de vista que se ha elegido una novela precisamente porque se busca que el lector conozca sin prejuicios la crudeza de lo que se le va a contar y aquello acaba siendo una sucesión de terribles desdichas, vamos mal. Porque cuando el lector se acerca a una novela lo primero que quiere es entretenerse. Siempre. Si no elegiría un ensayo sobre el tema.
Un ensayo ya tiene una patina de autoridad sobre el lector, porque el simple hecho de elegirlo da por sentado su interés en el tema y que se fía de la autoridad del autor al respecto, al menos le concede el beneficio de la duda. Con una novela no sucede lo mismo, desde el momento de esa elección. Cuando se decide por una novela, tal vez, le interese el tema y quiera saber más, pero sobre todo quiere vivir esa trama.
Esto no significa que para protestar o contar una situación complicada sea mejor un ensayo, para nada, entre otras razones, porque una novela permite contar mucho mejor determinados detalles. La mejor manera de exponer una situación es haciendo que el lector viva dentro de ella.
Además de que una novela tiene una ventaja de la que carece el ensayo, la mejor de hecho: una vez que el lector fluye por sus páginas y empatiza con los personajes, la conexión y la implicación emocional hacen el resto.
Escribir una novela protesta (social o también llamada de denuncia) requiere de algunas claves básicas que vamos a ver a continuación. Para ello, me basaré en una novela que he leído recientemente y que es un buen ejemplo.
Umbriel es la editorial de la novela que me ha inspirado este artículo.
Ejemplo de novela protesta
Se llama La noche era terciopelo, de Silvia Moreno-García. Y aunque no está catalogada en este género, según la autora es una novela noir, pulp fiction, bajo mi punto de vista aúna todas las características de una buena novela social.
La portada y el título dan una impresión equivocada de lo que será el libro, no sé si para jugar al despiste, pero lo que se descubre entre sus páginas es una denuncia que se extiende a lo largo de una trama sin tacha (o una mínima), con unos personajes bien armados y una estructura impecable.
Cuidado con la subjetividad
Es una buena novela que, al margen de mostrar unos hechos muy duros, entretiene desde la primera letra. Gracias a su estructura consigue que el lector se adentre en el tema de manera paulatina. Cuando se da cuenta de lo que le quieren contar, ya está rendido a esa trama adictiva que lo ha arrastrado increscendo hasta el último párrafo y, por supuesto, al epílogo que es donde se plasman los hechos de manera informativa.
En esa parte final —que parece que ya no forma parte del libro—, aprovecha para contar lo que realmente sucedió y que ha inspirado a la autora. Y la denuncia está asegurada sin dejar asomar el sesgo por ningún sitio. Ese equilibrio es lo mejor de esta novela.
Uno de los principales errores al abordar el género es que al autor se le salga la subjetividad por las costuras. A veces, se piensa que porque es ficción se pueden cargar las tintas en cualquier sitio y eso nunca es bueno.
Aunque se esté trabajando con la ficción, es esencial respetar las reglas de este tipo de narración para que el lector se deje llevar. Debe conceder una mínima autoridad a lo que está leyendo. Si percibe el sesgo nada más comenzar, adiós.
La documentación debe ser impecable
Esto nos lleva a otra de las reglas de la novela protesta: debe estar muy bien documentada. Aunque la ficción mande en la construcción de personajes o la trama, en determinados momentos, los hechos que se relatan deben estar cuidados al milímetro y lo más ajustados posible a la realidad.
Ya sé que esto es imposible. No existe la objetividad, nadie sabe realmente cómo suceden las cosas. A estas alturas, aún no se aclaran respecto a cómo prendió la mecha de la Revolución Francesa, hay unas cuantas corrientes que siguen peleando entre ellas. La mayoría con teorías plausibles, pero sin certezas incontestables. Así que ni te cuento con hechos aún más recientes donde la subjetividad está latente. Y más en este mundo de posverdad, fake news y compañía.
Pero aún así, existen los libros de historia de autores reputados, medios de comunicación (aunque a estos, cada vez más, hay que saber escogerlos) y, sobre todo, el sentido común; tener claro qué flota al respecto en el imaginario colectivo.
Saber elegir la realidad
En este caso, es mejor parecer objetivo que serlo. Se trata de buscar aquellos puntos de la realidad que sean más claros para basar la trama en ellos. A partir de ese momento, se puede jugar con la ficción para construir unos personajes lo más creíbles posible para darle forma a todo.
En el caso de La noche era terciopelo el juego de la trama es un logro. Desde el principio se sabe que se inspira en hechos reales. Para ello, entre los prioritarios, da datos exactos para sostener la trama que lo indican (eso sí, bien camuflados para que no se saquen conclusiones precipitadas).
A continuación, el segundo capítulo, da un giro de 180 grados y es como si volviera a comenzar la novela y fuera una romántica o chick lit al uso.
Con esta táctica consigue despistar al lector mientras lo engancha. Está claro que funciona para poner a todos los personajes en marcha, pero tiene un doble uso que también le sirve para arrastrar al interior de la novela a un tipo de público que a lo mejor no leería el libro si desde el principio le deja ver todas sus cartas. Además, genera interés por cómo va a mezclar ambos mundos.
Buena trama
Otro punto fundamental para una buena novela protesta es que, por muy social que sea, debe tener unos buenos personajes y una buena trama, al margen de los hechos que quiera plasmar.
En este caso, los personajes tienen un arco muy bien definido y no se traicionan en ningún momento. Por otro lado, juega con perfiles muy distantes. Lo que se traduce en que un amplio espectro de lectores pueda identificarse con ellos.
Y esa es otra de las grandes bazas de una novela de estas características: jugar con la variedad en los perfiles psicológicos, sociales y situacionales de los personajes para mantener el equilibrio en el mensaje.
Trabajar la estructura
Y para terminar, volvemos al principio: la estructura.
Es básico encontrar una estructura que se adapte bien a lo que se va a contar, en este caso se ha optado por una paralela que luego se unirá en determinados momentos.
En este caso, el cambio de perspectiva conlleva pequeños desajustes en la línea del tiempo, puesto que cuenta lo mismo desde varios enfoques. Cuando termina una escena, vuelve a comenzar desde el punto de vista del otro personaje. Algo que aporta mucho dinamismo a la novela y riqueza de matices, además ayuda a profundizar en los personajes.
Conclusión
Una novela protesta debe ser ante todo una buena novela y su verdadero peligro es la subjetividad. Lo más complicado es saber controlar el sesgo que lleva implícito querer escribir sobre un hecho para denunciarlo.
Más ejemplos de novelas protesta
Una de las reinas indiscutibles del género es Almudena Grandes, de hecho el Ayuntamiento de Sevilla ha creado un premio de novela social con su nombre, cualquiera de sus últimos libros puede ser ejemplo de novela social.
Lectura fácil, de Cristina Morales, es otro ejemplo revolucionario, sobre todo en la forma, de este tipo de novela. La ciudad, de Lara Moreno, también tiene un marcado espíritu social. Así como, La gran estafa, de John Grisham; Invisible, de Eloy Moreno o La edad de la ira, de Nando López.
La lista podría ser infinita. Aunque existe una especie de miedo a colocar un libro dentro del género es evidente que una de las pulsiones de la novela, de todas, es la denuncia en mayor o menor medida.
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